PÁGINAS AL VIENTO  -  Cuentos            PANEL CENTRAL

El 1621        (Cuentos del Mono)

Vicente Herrera Márquez

 

De joven imberbe y tímido, por allá en años  de trenes en Coquimbo, quiso conocer más de la vida, de la noche y de las mujeres. En una palabra de las mujeres de la vida y de la vida de esas mujeres en la noches de la ciudad.

Llegó como a la una o las dos, de madrugada y con frío, buscando calor de hembra y caricias de mujer en aquella casa iluminada con un pequeño farol sobre su puerta que tenía el número  1621 de la calle…

Y allí, sin esperarlo, aunque lo esperaba y deseaba, encontró calor y amistad. Allí y le regalaron caricias que nunca había sentido y todo eso le gustó y cautivó. Se hizo habitué de aquel burdel, llegó a ser el preferido de aquel lugar y  cada fin de semana llegó buscando los placeres de ese mundo y el cariño sincero y sin interés que le brindaron todas aquellas mujeres.

Pasaron meses y años, la vida y  circunstancias de trabajo y otras fortuitas, lo alejaron de aquel lugar y los pasos, los caminos y los camiones lo llevaron hacia arriba, bien arriba en las montañas de Los Andes, hacia una mina de altura con otro brillo.

Una mina de oro, que estaba comenzando a instalarse en la alta cordillera.

Allí, en una empresa contratista fue junior y a pesar de ser bastante tímido, mucho más flaco y bajo que los demás, se hizo compinche de todo un grupo de supervisores que realizaban la construcción de una línea eléctrica, se hizo amigo del Tato Fuente, del Chico Goloso, del Flaco Corte, del Guatón, del Pelao Bina,  del Negro Nejo y de muchos otros.

Un día buscando diversión en Vicuña, centro poblacional más cercano,  se hizo tarde y los pocos lugares donde beber y entretenerse ya estaban cerrando y todo el grupo quería seguir la fiesta. El que más conocía la comarca era el Monito y sus compañeros le manifestaron que se ponían a su entera disposición y que él los guiara, pues estaban seguros que él los llevaría al mejor lugar de aquella región. Casi todos habían oído hablar del 1621, en otra ciudad un poco más alejada, puerto a orillas del océano Pacífico, y le pidieron que siendo conocedor de aquellos caminos les indicara el que los llevara hasta aquella ciudad a buscar diversión en el 1621 o cualquier local similar, y todos se repartieron en tres camionetas doble cabina con doble tracción y partieron rumbo al mar buscando doble diversión.

El Monito, aunque entusiasmado, se puso serio y pensativo, él en su interior se resistía a ir a ese lugar; puesto que allí  él era conocido y a sus amigos les había hecho creer que era nuevo en estas lides y no sabía de lugares donde ir aunque ellos pensaran lo contrario.  Después de recorrer La Serena y Coquimbo y ya en altas horas de la madrugada no encontraron otro negocio que estuviera abierto y dispuesto a atenderlos, en un lugar que  ya estaban cerrando les dijeron que a esa hora sólo el 1621 estaba abierto, por lo tanto el Monito serio y pensativo en forma dubitativa indicó el camino para ubicar aquella calle, al llegar a ella buscarían el número 1621.

Unas cuantas cuadras, tres,  cuatro o cinco esquinas, buscando el nombre de aquella calle y aunque el monito se hacía el que no conocía en menos de quince minutos, allí estaba el número y el mismo farol de antaño.

El Monito entró de los últimos y achicando su figura detrás de los más corpulentos, quería pasar desapercibido

De repente una rubia platinada, que estaba en la barra del bar, quedo mirando fijamente al grupo de noctámbulos que estaba entrando y exclamó a viva voz:

—¡¡¡Volvió, volvió, volvió el desaparecido, volvió el que nos hacía monadas!!!

Todos los allí presentes dirigieron sus miradas a la entrada y cada una de las mujeres le hicieron coro a la rubia de la barra.

—¡Mono!

—¡Monito!

—¡Monito lindo!

—¡Monito rico!

—¡Monito mío, venga aquí a mis brazos! 

Todas, gritando y riendo, se abalanzaron sobre él, mientras sus compañeros perplejos se  miraban y decían: y este es el que se hacia el inocente  que no sabía de estas lides y no conocía estos lugares…

—¡Vaya con el Mono! No queda otra que hacer un gran salud por nuestro compañero

—¡Viva el mono! ¡Salud Monito! ¡Viva! ¡Viva!

Fueron decenas de vivas que inundaron el local y se esparcieron por la calle desde el 1621 hasta el mismo muelle del puerto de Coquimbo.

Desde ese día el Mono fue el alma de aquel grupo de esforzados trabajadores, que mientras duró la faena minera en la alta cordillera fueron visitantes habituales de aquel lugar signado con el número 1621.

Al pasar del tiempo y sin haber sido parte de sus correrías, lo que lamento, el Mono y todos aquellos buscadores de oro y oropel, por muchos años fueron mis compañeros de trabajo.



Incluido en libro: Cuentos de Vientonorte
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